El destino, como suelo decir muchas veces, es cruel y caprichoso, algo que ayer quedó demostrado en Madrid. Era la corrida por antonomasia donde su majestad el toro era muy esperado puesto que, la única corrida llamada torista era la de Adolfo Martín y, paradojas del destino, ésta salió horrible; no era mala, ni buena, ni simple, ni nada; era horrible a más no poder.