Llevo muchos años en calidad de aficionado a los toros que, sin duda alguna, ello me otorga licencia para poder constatar muchas cosas en el mundo de los toros, sencillamente por haber tenido la suerte vivir otras épocas de la tauromaquia y, sin duda, por haber sentido otras sensaciones al respecto de los famosos que, por ejemplo, en vida de Alfonso Navalón y Joaquín Vidal, por muy famoso que fuera un diestro cuando estaba mal o no rayaba a la altura que se le imponía, las críticas eran feroces, sencillamente porque había que defender al aficionado que había pagado una entrada.
Cuando aparece el toro de verdad, en ese mismo instante la fiesta ser torna irremediablemente inmaculada, algo que, de forma lamentable ocurre muy de vez en cuando. Es decir, cuando nos encontramos ante un toro auténtico y un torero capaz, la emoción es indescifrable; he dicho bien, un torero capaz de emocionarnos que, gran parte de culpa de dicha emoción viene de la mano del toro.
Un año más analiza uno los doctorados que se han producido en el mundo de la tauromaquia y, cualquiera se pone a temblar. Entre los que han alcanzado el grado de matador de toros, no sé en realidad si serán mejores o peores que los que llevan muchos años de alternativa, pero una cosa sí que está clarísima, mientras no haya huecos en el escalafón, todos juntos pueden decir misa, porque lo que se dice festejos torearán muy pocos. Pongamos como ejemplo a los futbolistas que, como se sabe, con treinta y pocos años se retiran dando paso a los jóvenes. En los toros ocurre lo contrario porque con treinta años de alternativa, todavía quieren seguir reverdeciendo viejos laureles y, como el toro que lidian les permite ser longevos en la profesión, dicho así, átame esa mosca por el rabo.