No son todos pero si algunos toreros los que con su conducta antipática logran que para sus fans o seguidores, se derrumbe el pedestal en el que los tenían.
Se respeta la intimidad, la personalidad y hasta el miedo que causa el saber que en pocos instantes se van a jugar la vida pero lo que si no se acepta es la mala educación, la poca cultura y el desaire que se hace a quienes quieren tomar algunas palabras para radio o televisión antes de hacer el paseíllo.
En repetidas ocasiones se ha dicho que el torero es un producto y como tal se tiene que publicitar, vender o promocionar; el viejo aforismo reza que “PRODUCTO QUE NO SE ANUNCIA, NO SE VENDE”.
Hago hincapié en que no son todos, pero una de las causas por las cuales la tauromaquia se convirtió en actividad reticente para el público, es justamente la prepotencia, arrogancia y suficiencia con la que los toreros aceptan un diálogo con la prensa.
Esta situación se hace más notoria en América y particularmente en Colombia donde el oyente quiere saber cosas del torero, ya sean concernientes a la profesión o a su vida personal pero el periodista se encuentra con actitudes hostiles o simplemente la inoportuna discriminación dejando una sensación de animadversión hacia los medios.
Caso contrario sucede con la prensa especializada en España, donde son amables e incluso dialogan con el periodista cuando están ad portas de salir a hacer el paseíllo o más aún cuando ha finalizado el festejo y se detienen en el patio de cuadrillas para entregar balances de su actuación.
No es un reclamo o reproche, es una simple insinuación para que de manera humilde, caballerosa y culta, no dejen con la mano estirada al periodista que lo único que quiere es saludar, dar una bienvenida, desear suerte y ponderar sus facultades.
Por Néstor Antonio Giraldo Mejía